Hace poco vi un programa de entrevistas en Teledeporte en el que hacían preguntas diversas a varias personalidades dentro del mundo del deporte español. Entre ellos estaban Pepu Hernández, Niurca Montalvo, Manel Estiarte, Vicente del Bosque, etc. No recuerdo bien quien fue el que dijo algo que me pareció interesante y era que es en la victoria donde realmente se reconoce a la persona. Todos somos más humildes en la derrota porque por encima de cualquier argumento está el resultado. “Es que he venido tocado de una lesión, es que no he entrenado como yo quería, es que me dolía el estómago por algo que cené anoche…” Y sin duda puede ser cierto, no son excusas, pero las decimos con la boca pequeña porque van a sonar a eso, a excusas. La derrota no cabe sino asumirla con deportividad y humildad y a poder ser, en silencio.
La victoria es otro cantar, ahí se ve si la persona es humilde o no lo es. ¿Quién pone excusa en la victoria? ¿quién reconoce que ha tenido un golpe de suerte, o incluso que ha hecho alguna trampa? No, uno se calla para que quede claro que si no se dice nada es porque se ha ganado porque uno es superior y punto. Y la verdad es que sea cual sea el pensamiento que al ganador se le pase por la mente, el silencio y dejar que sean los demás quienes te reconozcan los méritos es la mejor expresión de victoria con deportividad. Pero claro, siempre hay algún bocachanclas que se viene arriba y hace ver a los demás que es el puto amo por varias razones: Una puede ser que está seguro de que los demás, envidiosos de mierda, no van a elogiarle así que se lo dice él todo; otra que más vale chulearse por si no se repite tanta chorra en su vida (este sería el chulito preventivo…hay que aprovechar,no vaya a ser que no gane nunca más); otra que ha hecho tantas trampas o que ha tenido tanta chiripa que intenta hacer callar a su conciencia o a alguna voz crítica gritando más que nadie “Soy el mejor, soy el mejor…”; otra puede ser que su sentimiento de inferioridad le haga reaccionar paradójicamente en sentido contrario; etc..
Peor son los abuelos cebolletas que rememoran sus victorias y las meten en cualquier conversación aunque ya se hagan cansinos a oídos de los demás: “Ya está el pesado este con que si ganó esto o lo otro, vives del pasado tío, ponte al día”, pero claro, no les puedes decir nada porque si les contradices o pones sobre las mesa tus éxitos es porque eres… ¡exacto!: un envidioso de mierda. También son patéticos los que relativizan su resultado: “Si, es verdad que no he ganado pero si no hubiera llovido, ni hubieran venido fulano ni mengano, y Venus pasara por la casa de Capricornio…hubiera ganado fijo”. Cuando las circunstancias les han favorecido claramente se callan como putas, que nada enturbie su victoria.
Cualquiera con dos dedos de frente que evalúe su trayectoria de resultados en un deporte determinado se dará cuenta que donde hay victorias también suele haber derrotas. Sólo aquel que en el balance global sume más victorias que derrotas podría tener un buen motivo para proclamarlo a los cuatro vientos pero generalmente eso no ocurre porque los grandes campeones tal vez no sean humildes, pero saben por regla general guardar las formas y saben que su momento pasará y que sus hitos no serán más que cifras en algún libro que no consultarán a la larga más que los periodistas especializados y cuatro frikis que no tienen nada mejor que hacer. Las victorias igual que los fracasos hay que relativizarlos, darles su justa importancia, son oportunidades para darnos cuenta de que vamos haciendo bien las cosas o de que debemos mejorar, son pasos importantes en un largo camino pero no un fin en si mismos.
Quien magnifica la importancia del triunfo, quien pretenda darse autobombo con victorias del pasado, quien esconda su inferioridad tras una máscara de prepotencia o quien simplemente sea un chulopiscinas se insulta a sí mismo a los ojos de las personas normales e insulta su inteligencia. Perseguir el prestigio, la fama, la popularidad, el reconocimiento, es perseguir a un fantasma ya que es algo que te han de dar los demás y que suele ser flor de un día así que, por qué intentar venderse como un producto cuando puedes ser una persona digna. Poniendo una analogía bélica se puede decir que ganar algunas batallas no significa ganar la guerra, pero quien presuma de ganar batallas ya puede dar la guerra por perdida.
Si el deporte es una escuela de valores, nos puede enseñar a todos a ser más humildes, a conocer nuestras limitaciones y a no convertirnos en unos fanfarrones de medio pelo que se comportan como niñatos en una riña de patio de colegio. Todos conocemos ejemplos personales de una postura y de la contraria. Y tu, ¿cómo te comportas?, ¿a quién te quieres parecer?
Nota: Los de Bilbao somos una excepción que escapa a toda lógica. No somos fanfarrones, está en nuestro ADN.