lunes, 25 de octubre de 2010

LIGA NORTE EN LAS TUERCES




Domingo, 6:40 de la mañana, la radio se enciende a la hora prefijada y me cago en todo lo malo. Puffff, ¡cómo me gusta la orientación!...y ¡cómo me revientan los madrugones!
Me pongo en marcha, tengo que ir a Gumiel de Izán donde he quedado con Edu para ir a la carrera. De camino atravieso cautelosamente los bosques porque temo que algún animal se avalance sobre mi coche.
La A-1 de camino a Burgos está en obras; la verdad es que le hace falta porque los camiones machacan mucho el asfalto. Tras haber pasado Burgos, y cerca de nuestro destino, la niebla cubre los campos, ¿habrá niebla donde vamos a correr?
Edu ha mirado el acceso a Gama, pueblo en el que está el centro de competición y ha visto que podemos evitarnos un rodeo de varios kilómetros si atajamos por un camino que no sabemos si está en buen estado, así que nos la jugamos y llegamos a Gama hasta topar con el arco de meta.
A mi no me sobra ni un minuto para cambiarme y llegar a la salida a tiempo, así que tras ver un poco el ambiente me voy a la furgoneta para vestirme de faena. Manga corta ¿si, no? Temo por el viento que pueda soplar en los altos pero al final me decanto por la manga corta y acierto porque el día va levantando y es soleado.
Llego a la presalida justo a tiempo y en la subida a la salida algo me empuja fuera de la senda para quitarme un peso de encima. ¡Puaaaa, qué a gusto me he quedado! No hay como satisfacer las necesidades básicas para sentirte relajado. Esta parada en boxes me hace llegar justo a tiempo de entrar en el apartado de menos 2 minutos. Que bueno es llegar y besar el santo.
Pi, pi, pi, pi, piiiiiiiiiiiii. Empieza la aventura, el desafío, el reto, todo el torrente de sensaciones y toma de decisiones, la adaptación al medio, etc, etc, etc...
Mi única opción, no ya para intentar ganar sino como mero orientador, es no cometer errores...o por lo menos, los menos posibles. Empiezo la carrera con buenas sensaciones, pero en cuanto me toca subir empiezo a darme cuenta de que no estoy en forma y empieza a dolerme la espalda un poco por encima de donde pierde su nombre, y empiezo a decirme que tengo que entrenar, y empiezo a decirme que tengo que cuidar la alimentación, y luego empiezo a decirme que no tengo que pensar más que en lo que estoy haciendo y que estos pensamientos espúreos no sirven más que para desconcentrarme. Así que continúo mi carrera disfrutando del paisaje, de un plano muy bien hecho y de un trazado un tanto simplón a mi juicio pero que el terreno se encarga de dar contenido. Así voy uniendo un control tras otro hasta que llego a las cercanías de la 5ª baliza. Veo varios corredores, me desconcentro, no respeto el rumbo, invierto el plano, veo una baliza que no es la mía, la pico porque si, me digo que debería relocalizar en un lugar que me dé seguridad pero en vez de hacerlo me pongo a dar vueltas a lo tonto. Cuando ya estoy harto de perder el tiempo decido arreglar el estropicio y lo hago con solvencia pero el tiempo perdido ya no vuelve. En otras ocasiones situaciones como esta me han hecho sacar cierto genio y enfadarme conmigo mismo, pero esta vez simplemente me he lanzado hacia el siguiente control sin dar demasiada importancia al error y sin prometerme a mi mismo no volver a fallar.
La carrera continua sin fallos y sin incidencias notables, hasta que en una de las últimas balizas y sin venir a cuento, me olvido de mi brújula y a pesar de la gran visibilidad de la zona (o tal vez por ello) me lanzo hacia una peña creyendo que es mi primer objetivo antes de lanzarme al control. Por fín me doy cuenta de mi error, nacido sin duda de la falta de oxígeno en el cerebro y de las ganas de terminar y lo soluciono sin problemas, pero tras perder varios minutos. Tras picar la dichosa baliza, me lanzo hacia abajo con las rodillas cargadas y sin fuerza para controlar mis tobillos; pico las dos últimas balizas y entro en meta.
La sensación tras ver las clasificaciones definitivas es amarga, ya que sin los errores cometidos, y a pesar de mi mala condición física, hubiera estado en el tiempo del ganador. Pero bueno, lo hecho hecho está y si algo me ha enseñado la orientación, es que no vale de nada lamentarte una vez han pasado las cosas, así que no queda más que aprender e intentar que no se vuelvan a repetir los errores.
Regresar a las Tuerces es una gozada, y lo es porque supuso una de las primeras apuestas del club ORCA ya que convirtieron este paraje en un magnífico escenario para un Campeonato de España y varias Ligas Norte. El plano da juego para volver varias veces y cada una de ellas descubrir nuevos retos. No sucede así en otros lugares, en los que tienes la sensación de un “dejá vu” cuando temporada tras temporada vuelves a pasar por las mismas zonas y no sólo el plano no sufre cambios sino que incluso los trazados no incorporan novedad alguna, otra forma de ver un mismo terreno. La orientación ha de suponer siempre un reto, un desafío; si una competición no aporta nada y se convierte en un gesto aburrido y rutinario ésta pierde su sentido, o al menos esa es mi opinión.