lunes, 22 de junio de 2020

De juicios y evaluaciones

  Hay experiencias que son en sí mismas un regalo que la vida te hace para que cambies el rumbo, para que te reafirmes en tus valores, para que espabiles y no te creas que todo el monte es orégano. Es todo un presente encontrarte en la vida con personas con un código de valores diferente al propio, contrario incluso pudiera decirse si contempláramos dichos valores como dicotomías absolutas o como extremos de un continuo.
  Juicio y evaluación. Juzgar y evaluar, pueden parecer lo mismo pero no lo son en absoluto. Yo no tengo miedo a ser evaluado. En una evaluación, evaluador y evaluado se someten a unas condiciones previamente establecidas y la evaluación arrojará un resultado acorde a unos baremos y una puntuación previamente pactada e informada.
 Los juicios son otra cosa. Y no me refiero a los juicios celebrados en juzgados sino a esos juicios que hacemos en nuestro día a día en las relaciones humanas que establecemos. Yo aquí quiero poner de relieve dos tipos de juicios: Los juicios de hechos y los juicios de valores e intenciones.
  Lo juicios de hechos implican dar fe de un hecho ocurrido físicamente, algo comprobable objetivamente, no importa quien lo juzgue porque cualquiera describiría el mismo suceso. Sin embargo los juicios de valores e intenciones son otro cantar. Para empezar diré que a mí me parecen una falta de respeto de manual. Y es que hay gente a quien le gusta y se sienten perfectamente legitimados para ejercer de fiscal, juez y verdugo sin ningún pudor. Toman un hecho objetivo y le añaden de su propia cosecha inferencias mejor o peor intencionadas acerca de los valores y las intenciones que han podido llevar a una persona a comportarse de un modo determinado. Dichas inferencias se hacen sin un interrogatorio previo, pero si se diera tal sucesión de preguntas, estas serían malintencionadas y tendenciosas. Ya tenemos las condiciones para acusar a alguien de ser esto o lo otro, más tarde llegará la sentencia y el castigo.
  Todas y todos hemos caído en la tentación de hacer tales juicios y no es muy grave el caso cuando las conclusiones de tales juicios quedan en el ámbito de lo individual, cuando no se comparten con otras personas. Pero cuando se comparten, cuando uno se recrea en el proceso del juicio, cuando lo utiliza para la estigmatización, para el descrédito, para la venganza, para elegir un chivo expiatorio, para señalar y decir "mirad, ese no es como nosotros; expulsémosle del grupo; no le habléis", cuando hacer este tipo de juicios se convierte en norma habitual en la vida de una persona...estamos ante un verdadero malsín, o malsina; términos con una interesante etimología, por cierto.
  A este juego podemos jugar todos y, tras este tipo de comportamiento, yo atribuiría a quien tiene estas faltas de respeto por costumbre ciertas características asumibles tras observar su comportamiento:
- Arrogancia: Se arrogan una superioridad o autoridad moral que no les corresponde, así como un conocimiento de la naturaleza humana y/o de individuos concretos que tampoco les corresponde.
- Autoritarismo: Conecta con lo anterior. Ostentan una autoridad moral que no se otorgan sino ellos mismos sin ninguna base sólida ni demostrable.
- Despotismo: Incluso dirán que se comportan como lo hacen por el bien de aquel a quien juzgan, para que cambie su actitud y no verse así juzgado en lo sucesivo.
- Ego: Quien juzga suele tener inseguridades, temores, necesidad enfermiza de control. Su ego es débil e inestable, por ello tratará de apuntalarlo y magnificarlo ante sí mismo y ante los demás. Egoísmo, egolatría y egocentrismo le son atribuibles.
- Engreimiento: Ensoberbecimiento, endiosamiento, altanería, altivez, arrogancia, jactancia, presunción, fanfarronería, chulería, soberbia...
- Manipulación: Todos influimos en todos, pero recurrir al condicionamiento más o menos explícito e incluso a la coacción suele ser una estrategia recurrente en aquellos que pretender dirigir el comportamiento de otras personas. Es común manipular a miembros de un grupo afectando su sentido de pertenencia al grupo en cuestión.
- Mezquindad: Ruindad, hipocresía. Catadura moral de quien hace daño a otras personas sin hacerse responsable o de quien es un creído en el éxito.
- Prepotencia: Ejercicio del poder o autoridad, aunque sean auto-impuestos, para obtener un beneficio o para ostentarlo. Los pobres de espíritu sucumben más pronto que tarde a la prepotencia por pequeña que sea su cuota de poder.
- Soberbia: Se atribuye a quien se cree superior a los demás, dándoles un trato frío y distante. Acompaña con frecuencia a la prepotencia, arrogancia, etc...
  En definitiva, a mi me encantaría poder atribuir a dichos personajes una psicopatología en concreto, pero lo cierto es que no son "enfermos", sólo son individuos con una serie de sesgos en el pensamiento fruto de temores anidados en el subconsciente y de una actividad mental con poco gusto por el esfuerzo.