Hay
experiencias que son en sí mismas un regalo que la vida te hace para que
cambies el rumbo, para que te reafirmes en tus valores, para que espabiles y no
te creas que todo el monte es orégano. Es todo un presente encontrarte en la
vida con personas con un código de valores diferente al propio, contrario
incluso pudiera decirse si contempláramos dichos valores como dicotomías
absolutas o como extremos de un continuo.
Juicio y evaluación. Juzgar y evaluar, pueden
parecer lo mismo pero no lo son en absoluto. Yo no tengo miedo a ser evaluado.
En una evaluación, evaluador y evaluado se someten a unas condiciones
previamente establecidas y la evaluación arrojará un resultado acorde a unos
baremos y una puntuación previamente pactada e informada.
Los juicios son otra cosa. Y no me refiero a
los juicios celebrados en juzgados sino a esos juicios que hacemos en nuestro
día a día en las relaciones humanas que establecemos. Yo aquí quiero poner de
relieve dos tipos de juicios: Los juicios de hechos y los juicios de valores e
intenciones.
Lo juicios de hechos implican dar fe de un
hecho ocurrido físicamente, algo comprobable objetivamente, no importa quien lo
juzgue porque cualquiera describiría el mismo suceso. Sin embargo los juicios
de valores e intenciones son otro cantar. Para empezar diré que a mí me parecen
una falta de respeto de manual. Y es que hay gente a quien le gusta y se
sienten perfectamente legitimados para ejercer de fiscal, juez y verdugo sin
ningún pudor. Toman un hecho objetivo y le añaden de su propia cosecha
inferencias mejor o peor intencionadas acerca de los valores y las intenciones
que han podido llevar a una persona a comportarse de un modo determinado.
Dichas inferencias se hacen sin un interrogatorio previo, pero si se diera tal
sucesión de preguntas, estas serían malintencionadas y tendenciosas. Ya tenemos
las condiciones para acusar a alguien de ser esto o lo otro, más tarde llegará
la sentencia y el castigo.
Todas y todos hemos caído en la tentación de
hacer tales juicios y no es muy grave el caso cuando las conclusiones de tales
juicios quedan en el ámbito de lo individual, cuando no se comparten con otras
personas. Pero cuando se comparten, cuando uno se recrea en el proceso del
juicio, cuando lo utiliza para la estigmatización, para el descrédito, para la
venganza, para elegir un chivo expiatorio, para señalar y decir "mirad,
ese no es como nosotros; expulsémosle del grupo; no le habléis", cuando
hacer este tipo de juicios se convierte en norma habitual en la vida de una
persona...estamos ante un verdadero malsín, o malsina; términos con una
interesante etimología, por cierto.
A este juego podemos jugar todos y, tras este
tipo de comportamiento, yo atribuiría a quien tiene estas faltas de respeto por
costumbre ciertas características asumibles tras observar su comportamiento:
-
Arrogancia: Se arrogan una superioridad o autoridad moral que no les
corresponde, así como un conocimiento de la naturaleza humana y/o de individuos
concretos que tampoco les corresponde.
- Autoritarismo:
Conecta con lo anterior. Ostentan una autoridad moral que no se otorgan sino
ellos mismos sin ninguna base sólida ni demostrable.
-
Despotismo: Incluso dirán que se comportan como lo hacen por el bien de aquel a
quien juzgan, para que cambie su actitud y no verse así juzgado en lo sucesivo.
- Ego:
Quien juzga suele tener inseguridades, temores, necesidad enfermiza de control.
Su ego es débil e inestable, por ello tratará de apuntalarlo y magnificarlo
ante sí mismo y ante los demás. Egoísmo, egolatría y egocentrismo le son
atribuibles.
-
Engreimiento: Ensoberbecimiento, endiosamiento, altanería, altivez, arrogancia,
jactancia, presunción, fanfarronería, chulería, soberbia...
-
Manipulación: Todos influimos en todos, pero recurrir al condicionamiento más o
menos explícito e incluso a la coacción suele ser una estrategia recurrente en
aquellos que pretender dirigir el comportamiento de otras personas. Es común
manipular a miembros de un grupo afectando su sentido de pertenencia al grupo
en cuestión.
-
Mezquindad: Ruindad, hipocresía. Catadura moral de quien hace daño a otras
personas sin hacerse responsable o de quien es un creído en el éxito.
-
Prepotencia: Ejercicio del poder o autoridad, aunque sean auto-impuestos, para
obtener un beneficio o para ostentarlo. Los pobres de espíritu sucumben más
pronto que tarde a la prepotencia por pequeña que sea su cuota de poder.
- Soberbia:
Se atribuye a quien se cree superior a los demás, dándoles un trato frío y
distante. Acompaña con frecuencia a la prepotencia, arrogancia, etc...
En
definitiva, a mi me encantaría poder atribuir a dichos personajes una
psicopatología en concreto, pero lo cierto es que no son "enfermos",
sólo son individuos con una serie de sesgos en el pensamiento fruto de temores
anidados en el subconsciente y de una actividad mental con poco gusto por el esfuerzo.
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